Mudarme de España a Holanda supuso muchos cambios y desafíos para mí. Uno de esos desafíos fue tener que decidir qué cosas me llevaba conmigo y cuáles no.
Esto, y el hecho de que me fui a vivir con mi pareja a un piso minúsculo, hizo que empezara a fijarme mucho más en las cosas que tenía y en cuánto espacio ocupaban.
Después de un tiempo en nuestra nueva casa y de romperme la cabeza intentando encontrarle un sitio a todo, era inevitable, por mi tipo de personalidad, que buscase refugio en el minimalismo (sin mucho éxito), o en vivir con menos o como lo quieras llamar.
Y ahí empezó mi proceso: deshacerme de todas las cosas innecesarias, necesitar menos para vivir y conservar solo lo que de verdad tiene algún uso o valor sentimental para mí.
Pero la práctica es mucho más difícil que la teoría, y lo que empezó como un proyecto excitante, acabó siendo una fuente de estrés.
¿Por qué? Porque no es lo mismo decidir que una toalla ya está muy vieja, que decidir qué hacer con un regalo de tu abuela. Porque no es lo mismo deshacerte de un jersey dado de sí, que de un abrigo que te costó una fortuna aunque apenas lo uses.
Muchos métodos escritos sobre este tema simplifican mucho las cosas, diciéndote que si no te hace feliz, o si no lo has usado en el último año, puedes dejarlo ir.
Lo meten todo en el mismo saco, por lo que ese jersey que no te pondrías ni para bajar la basura, y el abrigo carísimo, de repente pertenecen a la misma categoría, y hay que decidir sobre ellos de la misma manera, si no los usas, fuera.
Para mí, y creo que para mucha gente, esto no es tan fácil.
Con el tiempo me di cuenta de que podía diferenciar estas cosas por el motivo que me impedía deshacerme de ellas. A veces era por su valor sentimental, a veces por obligación… pero una vez identificaba el motivo real, me era mucho más fácil tomar la decisión, ya fuese deshacerme de ello o conservarlo sin remordimientos.
Sin más, vamos con la lista de motivos que pueden hacer muy difícil dejar ir algo:
Porque me costó mucho dinero
Ese abrigo del que hablaba antes no es imaginario. Un día que debía tener las defensas bajas me gasté un pastizal en un abrigo que no solo no me favorecía lo más mínimo, sino que para los climas en los que me muevo, (norte de España y norte de Holanda) no abrigaba lo más mínimo, y para rematar, era como de pana fina, ideal para la lluvia.
Intentaba usarlo, pero entre el clima y que de verdad no me quedaba bien, las veces que lo usaba cada año se contaban con los dedos de una mano, y sobraban.
Pero lo conservaba, porque pensar en donarlo era admitir que había malgastado ese dinero.
La realidad es que el dinero se malgastó en el minuto que el plazo para devolverlo se agotó. El resto del tiempo, su única función fue ocupar espacio y hacerme sentir mal conmigo misma.
Un día, por fin, tomé la decisión de deshacerme de él. Primero intenté venderlo, por eso de recuperar algo del dinero, pero no tuve ningún éxito, así que acabó donado a una tienda de segunda mano.
La conclusión es que todos cometemos errores, lo importante es saber perdonarnos y aprender de ellos.
Yo aprendí a tener más cuidado al comprar ropa, y a no dejarme influenciar por una dependienta que quiere una comisión.
Y también a dejar ir las cosas que conservaba sólo porque fueron caras. El dinero no lo voy a recuperar, pero al menos me llevo una lección.
Por si acaso me hace falta
Los por si acaso de toda la vida. Cosas que no usas pero algo te dice que en el futuro pueden ser útiles.
Esta categoría tiene dos problemas. Uno, es un cajón de sastre para incluir cosas de las demás categorías sin tener que pensar demasiado en el motivo real. Dos, no podemos predecir el futuro, por lo que saber qué nos hará falta y qué no es imposible.
Muchos métodos para reducir tus pertenencias te dicen que te deshagas de estas cosas porque siempre podrás comprarlas de nuevo o pedirlas prestado si te hacen falta. Cuando leo esto, siempre pienso que si todos siguiéramos estos métodos, no habría nadie a quien pedir nada prestado 🙂
A mi, la idea de deshacerme de algo y luego tener que volver a comprarlo no me gusta nada y por eso me doy bastante manga ancha con esta categoría.
Partiendo de la base de que la probabilidad de que algún día me haga falta es real, es decir, la situación se puede dar fuera de mi cabeza, analizo cada cosa de la siguiente manera:
- ¿Volver a comprarlo sería caro y tengo el espacio para guardarlo? lo conservo.
- ¿Volver a comprarlo sería caro pero es algo grande que ocupa mucho espacio? primero intento buscarle un sitio como sea, y si de verdad no lo tengo, me deshago de ello (y rezo para no tener que necesitarlo nunca).
- ¿es algo barato pero difícil de guardar? me deshago de ello.
- ¿es algo barato y fácil de guardar? lo conservo.
No es un sistema infalible ni escrito en piedra, pero a falta de una bola de cristal, este sistema me facilita mucho decidir qué hacer con los por si acaso.
Porque fue un regalo
Recuerdo leer en un blog hace tiempo que hablaba sobre qué hacer con los regalos desafortunados, que la persona que te hizo ese regalo lo más probable es que ya ni se acuerde de él. Y esto me hizo pensar en los regalos que yo he hecho a lo largo de mi vida, y en si recuerdo a las personas usando esos regalos.
Y la respuesta es que no.
Si le regalo un bolso a alguien, no me fijo cada vez que nos vemos en si es el que lleva.
Si le regalo un libro a alguien, no le llamo un mes después para preguntarle qué le pareció.
Todos queremos acertar cuando hacemos un regalo, pero no está garantizado. No esperamos que la persona use, o guarde para siempre algo, simplemente porque ha sido un regalo nuestro, y lo mismo pasa en la dirección contraria.
Si no vas a usar ese regalo, la persona que te lo hizo es la primera que te animaría a dejarlo ir. Eso si se acuerda de que te lo regaló.
Si el regalo tiene un valor sentimental añadido, entonces sigue leyendo.
Porque me siento obligado a conservarlo
No es lo mismo un regalo que una herencia familiar. Las vajillas, los cuadros, las colchas… cosas que van pasando de generación en generación, queramos o no.
En general, a todos nos gusta tener estas cosas, y si es posible, darles uso. Pero a veces, bien porque son demasiadas cosas, bien porque son de un estilo que no va con nosotros, se pueden convertir en un problema.
Lo último que quiero hacer es animar a nadie a que se deshaga de estas cosas. Son parte de la historia de una familia, y la “obligación” de conservarlas no viene solo de las generaciones pasadas, sino también de las futuras, por lo que la decisión nunca es nuestra al 100%.
Pero precisamente por eso, tienes carta blanca para guardarlas en una caja en el fondo de un armario si eso es lo que quieres hacer. Una de las reglas de deshacerse de cosas es que no se toca lo de los demás. Te ocupas de tus cosas y solo de tus cosas, y si tienes hijos, o sobrinos, las herencias en tu poder ahora mismo no son tuyas solamente.
¿Es esto egoísta porque convierte a estas cosas en una especie de patata caliente que nos vamos pasando de padres a hijos? Puede, pero todos tenemos gustos distintos, y que algo no te guste lo suficiente como para usarlo o tenerlo a la vista, no significa que a la siguiente persona que lo herede tampoco le vaya a gustar.
Si es egoísta pasar estas cosas a la siguiente generación sin saber si lo querrán o no, también es egoísta privarlos de ellas porque a ti no te gustaban.
Porque tiene valor sentimental
Hasta ahora hemos bordeado el tema psicológico, pero a partir de ahora entramos de lleno, y como psicóloga, las siguientes categorías me encantan. Como persona que tiene que lidiar con ellas, no tanto.
¿Qué es el valor sentimental?
Para que algo tenga valor sentimental tenemos que asociar un objeto a una persona o a un recuerdo de nuestro pasado.
Cada vez que vemos ese objeto, pensamos en esa persona o recordamos ese momento y esto nos provoca una emoción, que a su vez activa un sentimiento, que no es más que la interpretación que hacemos de esa emoción.
Por ejemplo, si ves algo que te recuerda a alguien a quien quieres, esa es la emoción, el amor. El sentimiento es ser consciente de por qué la quieres, qué significa para ti, como te sentirías si la perdieras, etc.
En mi caso, ha habido momentos en que no era capaz de decidir qué hacer con estas cosas y acababa guardándolo todo otra vez. Otros, en que harta de no “avanzar” cerraba los ojos y me deshacía de cosas sin pensar, de lo que luego me he arrepentido.
La solución para lidiar con estas cosas no está en ninguno de estos dos extremos, está en identificar qué clase de sentimiento tiene asociado cada objeto y en analizarlo de la manera más fría posible.
El problema es que una vez tengas en tus manos ese peluche de cuando eras un niño, la opción de analizar nada de manera fría ya habrá salido por la ventana.
Porque ese peluche te va a hacer pensar, recordar y sentir muchas cosas, todo a la vez.
Esto es abrumador para cualquiera, y tomar decisiones cuando estamos abrumados no es fácil, de hecho es muy difícil, por eso esta categoría es tan complicada.
Para evitar este problema, los métodos que te dicen que decidas en base a si el objeto te hace feliz o no, te hacen quedarte en la emoción, sin pasar apenas a los sentimientos. En el momento en que identificas si el sentimiento es positivo o negativo, paras y toma la decisión.
Por ejemplo, sentir alegría al recordar el día de tu boda, o tristeza al recordar ese trabajo que era perfecto para ti pero no te renovaron el contrato.
El problema que le veo a este método es que lo que hoy nos produce tristeza, mañana puede dejar de hacerlo, por ejemplo las cosas de la mascota que acabas de perder.
También habrá cosas que te provoquen ambos tipos de sentimientos a la vez, por ejemplo, cosas de una relación sentimental pasada.
Y por último, si nos quedamos solo en la superficie de la emoción, ni entendemos realmente porque algunas cosas tienen un valor sentimental positivo, ni procesamos los sentimientos negativos que nos producen algunos objetos y por lo tanto no cerramos esos capítulos correctamente.
¿Cómo decidir qué hacer con los objetos con valor sentimental?
Para poder tomar decisiones más conscientes sobre estos objetos lo mejor es intentar identificar y racionalizar los sentimientos que te provocarán antes de experimentarlos.
Por ejemplo, piensa en cómo vas a reaccionar cuando estés revisando cosas de tu infancia, y en qué objetos te vienen a la mente. Suelen ser esos, y no de los que ya no te acuerdas, los que de verdad tienen valor sentimental para ti.
Para las cosas asociadas a otras personas, piensa en qué sentimientos te provoca pensar en esa persona. Si son positivos y esa persona sigue en tu vida, o la posibilidad de retomar el contacto es posible, puedes decidir quedarte solo con las cosas que de verdad significan mucho para ti y dejar ir el resto, ya que lo importante, que es la persona, sigue en tu vida.
Para las cosas que te provoquen un sentimiento negativo, decide de antemano que vas a intentar procesar esos sentimientos pero que si no te ves capaz, vas a volver a guardar ese objeto e intentarlo de nuevo pasado un tiempo.
Si de algo tienes mucho de lo mismo, por ejemplo fotos, ropa de cuando tus hijos eran bebés o colecciones de cosas, y sabes que quieres deshacerte de una parte, decide antes los requisitos para lo que vas a conservar y lo que no. Por ejemplo, con las fotos, puedes decidir que vas a tirar las repetidas, las borrosas, en la que tú u otra persona sale fatal, etc.
Otra cosa a tener en cuenta es si el objeto fue un regalo. A veces, por esa obligación de tener que conservar los regalos, les acabamos asignando un valor sentimental que no es real. Si te encuentras con un regalo que no te provoca ninguna emoción, posiblemente lo estés guardando no porque tenga valor sentimental, sino porque te sientes obligado.
Y por último, ante la duda, consérvalo.
Cuando estamos inmersos en esta idea de simplificar y de vivir con menos, es normal basar nuestras decisiones en el fin que queremos conseguir, tener menos cosas, y no en lo que las cosas pueden hacer por nosotros o el valor que tienen.
Volver a comprar algo porque te deshiciste de ello es posible. Recuperar un objeto con valor sentimental no lo es.
Sí, las cosas son solo cosas, y los recuerdos no desaparecen porque nos deshagamos de ellas, pero entre tener la opción de volver a decidir sobre algo cuando lo tenga más claro y no tener esa opción porque ya no lo tengo, me quedo con lo primero.
Porque igual algún día…
Los objetos en la categoría sentimental están asociados al pasado o a otras personas. Los de esta categoría están asociados al futuro y a ti.
Son esas cosas que guardas por si en el futuro vuelves a hacer ejercicio, o a retomar ese idioma que empezaste a estudiar y luego abandonaste, o a dejar tu trabajo para convertir tu hobby en tu profesión, etc.
Si crees de verdad que esa situación se puede dar, lo lógico es guardar las cosas que te harán falta. Si no lo quieres guardar todo, puedes usar el sistema de la categoría por si acaso para deshacerte de algunas cosas.
El problema es cuando estás guardando cosas para algo que sabes que no va a ocurrir, (pero que una parte de ti quiere que ocurra), y guardas esas cosas porque no estás preparado para admitir que no ocurrirá.
Suena complicado, pero si te has visto en esta situación seguro que lo entiendes.
Lo fácil sería decirte que si sabes que no va a ocurrir, te deshagas de estas cosas. Pero de nuevo, la teoría es mucho más fácil que la práctica.
Más que lidiar con las cosas estás lidiando con las decisiones pasadas que te llevaron en una dirección o en otra. O con esa imagen idealizada que todos tenemos de nosotros mismos según la cual vamos a correr maratones o a hablar cinco idiomas.
Llegar al punto en el que puedas admitir que estas situaciones no van a ocurrir, lleva tiempo, y aunque este proceso de querer reducir tus pertenencias puede ser un buen catalizador para llegar a él, no deberías forzarte.
Si no te ves capaz de deshacerte de estas cosas, no lo hagas.
Aunque hay rumores, la policía del minimalismo en realidad no existe y nadie va ir a tu casa a detenerte o juzgarte por guardar cosas que sabes que no deberías guardar.
Cuando estés listo, podrás deshacerte de estas cosas, pero no antes.
Espero que esta entrada te ayude a diferenciar estas cosas unas de otras y a entender un poco mejor por qué nos cuesta tanto deshacernos de ellas.
Aceptar que hay cosas que tenemos que conservar y cosas que aún no estamos preparados para dejar ir no significa que no hayamos tenido éxito en esa idea inicial de vivir con menos, al contrario, significa que lo estamos haciendo de una manera consciente y adaptada a nuestras necesidades y tiempos.
No dejes que sea un método el que decida por ti, porque, aunque es más fácil, la decisión no siempre va a ser la correcta. Úsalos como guía pero siempre ten el control de la decisión final, sin presiones y sin pensar que «lo estás haciendo mal».
Querer vivir con menos es un proceso y como tal tiene sus dificultades. Tengo una entrada sobre los problemas que me he ido encontrando al deshacerme de cosas, pero la buena noticia es que conocerlos de antemano ayuda mucho a evitarlos o al menos, a llevarlos mejor.
Irene